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¿Homogeneidad japonesa? Los ainu y los ryukyuanos

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Ya hemos hablado en Japonismo de la teoría nihonjinron, una teoría que se basa principalmente en el concepto de la singularidad de los japoneses, de su lengua y su cultura, para dar respuesta justamente a la pregunta de cómo son los japoneses. Y uno de los temas más relacionados con la teoría nihonjinron es, naturalmente, el de la homogeneidad étnica y social de Japón.

Una de las maneras que la nihonjinron utiliza para recalcar la singularidad de Japón es enfatizar la homogeneidad de la sociedad japonesa para respaldar la importancia del grupo en Japón y la dualidad «nosotros/los otros». Esto también se ve actualmente en el concepto Cool Japan para vender Japón en el extranjero, pero esto daría para otra entrada, así que mejor frenamos aquí (de momento).

La sociedad japonesa se autodefine como homogénea, con un fuerte sentido de grupo y de identidad nacional y con muy poca diversidad étnica o racial.

Theodore Bestore

La (supuesta) homogeneidad japonesa sigue siendo razón de orgullo para muchos japoneses. Y si bien es cierto que Japón no tiene la misma diversidad cultural y étnica que, digamos, los Estados Unidos, y socialmente es un país con pocas diferencias (lingüísticas, de calidad de vida, etc.) lo cierto es que el mito de la homogeneidad ignora por completo no sólo a los residentes extranjeros y sus descendientes sino especialmente a las minorías étnicas y culturales que residen en sus fronteras, cuya existencia, recordemos, no fueron admitida por el gobierno japonés hasta finales de los años 80 del siglo pasado.

Así pues, a pesar de los intentos por asegurar la homogeneidad cultural y étnica de los japoneses y negar así la existencia de minorías étnicas o culturales, en Japón podemos encontrar varias minorías que luchan por sus derechos y por no ser discriminadas frente al concepto racista del «japonés puro» o «japonés de verdad».

La primera, por volumen, es la minoría cultural de los burakumin, descendientes de la casta de los marginados eta y hinin del periodo Edo. A continuación, merecen mención las minorías étnicas de los ainu y los ryukuanos, que se incorporaron al Japón moderno a finales del siglo XIX. Y finalmente debemos mencionar los descendientes de coreanos y chinos llegados a Japón por el imperialismo japonés de finales del siglo XIX y comienzos del XX, aunque en la actualidad también debemos mencionar otra minoría étnica de gran importancia, los nikkei o latinoamericanos descendientes de japoneses que llegaron a Japón en la década de los 80 del siglo pasado especialmente para trabajar como mano de obra barata.

Por sus particularidades (es una minoría cultural, no étnica) hablaremos de los burakumin en otra entrada. Asimismo, para no extendernos demasiado, también dejaremos para futuras entradas las minorías de coreanos, chinos y latinoamericanos para así centrarnos aquí en las dos minorías étnicas situadas cada una en un extremo del archipiélago japonés: los ryukyuanos, habitantes de las islas Ryūkyū (más conocidas en el extranjero como Okinawa) en el extremo sudoeste del archipiélago japonés y los ainu, que se encuentran en el noreste de Japón, concretamente en la isla de Hokkaido.

Nihonjinron y minorías japonesas en el podcast

Si quieres saber más sobre las teorías nihonjinron y las minorías japonesas, tenemos un episodio en el podcast Japonesamente. ¡Dale al play!

Contexto histórico

Pero antes de empezar a hablar de las dos minorías étnicas nativas de las tierras japonesas, es importante dar algunas pinceladas históricas.

La caída del shogunato Tokugawa y la Restauración de Meiji en 1868 supusieron el surgimiento de un nuevo gobierno centrado en la figura del emperador Meiji. Para crear un nuevo estado moderno y fuerte e impregnar a los japoneses de un fuerte sentimiento de unidad nacional, se centralizaron todos los poderes en torno al emperador y por ello se realizaron numerosas reformas políticas, económicas y sociales.

De ellas, una de las más interesantes para el tema que queremos tratar es la utilización de la lengua como recurso patriótico y la creación de políticas lingüísticas centradas en la lengua nacional o kokugo (国語), porque al Japón de entonces le faltaba unidad lingüística y eso fue visto por los gobernantes como una piedra angular en el proceso de unificación del país.

Recordemos que antes de la Restauración de Meiji en 1868, Japón estaba dividido en unos 260 dominios gobernados cada uno por un señor feudal que tributaba al gobierno central. La movilidad de personas estaba muy controlada y era muy reducida, razón por la cual los habitantes de los dominios tenían poco contacto entre sí, algo que había permitido el aislamiento lingüístico, es decir, que en cada dominio se hablase un dialecto diferente y a veces la comunicación entre personas de dominios diferentes fuera prácticamente imposible.

Para superar los problemas de comunicación entre los japoneses de un «Japón unido», el gobierno de Meiji decidió crear una lengua estándar o hyōjungo (標準語) basada en el dialecto que se hablaba en Tokio e impulsó fuertemente su enseñanza en todo el territorio japonés.

Hombres y mujeres japoneses de comienzos de siglo XX
Hombres y mujeres japoneses de comienzos de siglo XX

Con la victoria en la guerra sino-japonesa de 1895, el sentimiento nacionalista fue cobrando fuerza en la sociedad japonesa y el japonés estándar se utilizó para promover la unificación de la ‘nación japonesa’ y el uso de los dialectos en las escuelas fue prohibido. El éxito de la medida fue tal que en pocos años todos los japoneses hablaban el japonés estándar, tanto en público como en privado.

Esta política lingüística contra los dialectos se alargó hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando la situación comenzó a cambiar y la política represiva contra los dialectos desapareció, haciendo que en los años posteriores (y hasta la actualidad) los dialectos fueran recuperando poco a poco su presencia.

Y aunque la aparición de nuevos medios de comunicación así como el esfuerzo realizado para promocionar el idioma estándar en el ámbito educativo son dos factores que influyeron sin duda en la difusión del japonés estándar, hoy en día podemos decir que en Japón el japonés estándar convive con los dialectos de manera estable, que son utilizados de hecho con orgullo, como sello de identidad.

Esto ha hecho, además, que surjan nuevos movimientos de revitalización de las lenguas, culturas y tradiciones locales especialmente en las Islas Ryūkyū y entre el pueblo ainu, unos movimientos que sin duda forzaron en primera instancia al gobierno japonés a aceptar públicamente la existencia de minorías étnicas  y que trabajan sin cesar para que Japón y los japoneses celebren la diversidad y no la nieguen.

Los ryukyuanos

Los habitantes de las Islas Ryūkyū, llamados comúnmente ryukyuanos, son el segundo grupo étnico más grande en Japón y suman cerca de un millón de japoneses. Las islas Ryūkyū fueron un país independiente (Ryūkyū Ōtoku) desde 1429 hasta 1879 y de hecho actualmente se enorgullecen de disponer de sus propias lenguas (aglutinadas todas bajo el nombre de «lenguas ryukyuenses») muy diferentes al japonés estándar y de una cultura propia muy particular.

Durante el gobierno de Meiji, los habitantes de las islas Ryūkyū sufrieron las políticas nacionalistas y de unificación. Después de la Segunda Guerra Mundial y durante la ocupación aliada, sin embargo, los estadounidenses promovieron el uso local de las lenguas de las Ryūkyū, animando a las islas a conseguir cierta autonomía y a distanciarse del centro neurálgico de Japón con una idea clara en la cabeza: prolongar la ocupación, puesto que las Ryūkyū tienen una localización ideal como base militar en Asia.

Pero lo cierto es que consiguieron el efecto contrario: los ryukyuanos querían deshacerse de la ocupación estadounidense de tal forma que se olvidaron de cualquier idea o sentimiento independentista, adoptaron el japonés como lengua vehicular con una fuerza enorme y fueron alejándose de su propia cultura a la vez que se acercaban a la del resto de Japón. De hecho, hay quien dice que las generaciones nacidas después de 1950 ya son principalmente monolingües y desconocen de primera mano las lenguas de sus ancestros, por ejemplo.

Sin embargo, durante los años 90 las Ryukyu se pusieron de moda y todo lo ryukyuano también, especialmente su gastronomía. A pesar de que las lenguas de las Ryūkyū no forman parte del currículum escolar, los jóvenes comenzaron a adoptar expresiones y léxico específicos de sus dialectos y asociaciones locales trabajaron duramente para promover sus tradiciones y su cultura hasta la actualidad, participando en eventos de alto nivel como la I Conferencia de Pueblos Indígenas de las Naciones Unidas, que se está celebrando estos días.

Los ainu

El pueblo ainu es la tercera gran minoría étnica de Japón. De origen desconocido, aunque con indicios de ser un pueblo cazador de origen caucásico, fueron los habitantes indígenas de la mitad noreste de la isla de Honshu, la actual Tohoku, y conocidos en la época como los emishi, los ‘bárbaros peludos’ que dominaban la zona noreste de Honshu. Los emishi lucharon por sus tierras y no por nada la actual zona de Tohoku fue una de las últimas regiones en anexionarse al actual Japón.

Grupo de mujeres y hombres ainu (imagen de Wikipedia)
Grupo de mujeres y hombres ainu (imagen de Wikipedia)

Al ser colonizados, los ainu acabaron confinados por el gobierno japonés en la isla de Hokkaido y sufrieron una fuerte discriminación: la apropiación unilateral de tierras y recursos naturales por parte del gobierno, la agricultura forzada o la prohibición de usar la lengua y la cultura ainu fueron algunas de las decisiones del gobierno de Meiji que hirieron profundamente a los ainu, un pueblo que aún hoy lucha por sobrevivir entre el alcoholismo de sus hombres o el suicidio por no poder llevar una vida ainu completa.

Este «suicidio cultural» (como lo llama Carlos Rubio), junto con el forzado cambio de estilo de vida y distintas enfermedades, llevó al pueblo ainu al borde de la extinción. Hoy en día, los ainu suman cerca de 25 000 personas según las cifras oficiales y 200.000 según cifras no oficiales, aunque con el mestizaje es complicado fiarse de las cifras.

Durante la opresión de Meiji y la posterior época de adopción de la lengua estándar, la lengua ainu estuvo a punto de desaparecer, pero se mantuvo de la mano de canciones y cuentos de tradición oral que junto con la música y las danzas indígenas se han vuelto a poner de moda y se usan para dar de nuevo voz al pueblo ainu, aunque en muchos casos parezca más un reclamo turístico que otra cosa.

De hecho, no fue hasta 1997 que el gobierno japonés reconoció la importancia cultural de la minoría ainu, momento en que se firmó la Ley para la promoción cultural de los ainu, centrada en promover la investigación, revitalización de la lengua y la cultura ainu así como la enseñanza de las tradiciones populares, dando fuerza al activismo ainu y al movimiento pro-derechos humanos de los ainu, que sigue luchando por hacerse oír y participa actualmente junto a los ryukyuanos en la I Conferencia de Pueblos Indígenas de las Naciones Unidas, que se está celebrando estos días.

Otras minorías: los extranjeros y los burakumin

Además de los ainu y los ryukyuanos, hemos visto que hay otras minorías en Japón que terminan de destruir cualquier idea de homogeneidad japonesa que nos pudiera quedar, como son los extranjeros (o japoneses de origen extranjero) y los burakumin o marginados sociales.

Los residentes extranjeros en Japón son, en gran medida, de origen coreano y chino, descendientes de ciudadanos llegados a Japón después de las ocupaciones de Taiwán y Corea, y latinoamericanos descendientes de japoneses que llegaron a Japón como mano de obra barata en los años 80 del siglo pasado.

A pesar de haber nacido en Japón y muchos de ellos hablar únicamente japonés, no son considerados automáticamente japoneses y sufren una gran discriminación en una sociedad que enfatiza la homogeneidad y singularidad cultural.

Un caso especial es el de los burakumin, también conocidos como hisabetsu buraku, ya que en este caso no se trata de una minoría étnica sino de descendientes de una clase social o casta marginada durante el periodo de Edo, la clase de todos aquellos que tenían trabajos considerados impuros al estar relacionados con la sangre o la muerte (carniceros, trabajadores del cuero, trabajadores de funerarias, etc.).

A pesar de la abolición del sistema de clases con la Restauración de Meiji, los descendientes de los burakumin siguieron estando fuertemente discriminados, hasta hoy en día que siguen luchando por sus derechos. Se estima que suman entre un 2% y un 3% de la población japonesa, aunque dado que muchos esconden sus orígenes para evitar la discriminación, es difícil conocer las cifras exactas.

Antigua fotografía de burakumin
Antigua fotografía de burakumin

Conclusión

A pesar de los intentos de la nihonjinron por demostrar lo contrario, Japón no es un país ‘singular‘. Sin embargo, son muchos los extranjeros y japoneses que al comparar Japón con el resto del mundo concluyen que Japón es un país singular, inaccesible, fuera de lo común, exótico… único. Y si bien es cierto que hay muchas estructuras sociales que pueden sorprendernos de Japón, si las analizamos detalladamente y las comparamos con nuestra propia sociedad y estructura social, ¿podemos decir que Japón es un país único? Definitivamente Japón tiene sus singularidades, como cualquier otra sociedad, pero ello no implica que sea singular ni que los japoneses sean un pueblo singular con una lengua y cultura singulares y, especialmente, homogéneas.

Con la globalización, ya no son sólo las minorías étnicas y culturales las que empujan a Japón a cambiar su manera de pensar; en el Japón actual hay más residentes permanentes extranjeros que nunca, más ciudadanos naturalizados que nunca, más matrimonios interraciales que nunca y más niños multiétnicos (o halfu, llamadlos como queráis) que nunca demostrando que la homogeneidad del pueblo japonés no es más que un mito.

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NOTA: Entrada adaptada a partir de varios ensayos presentados durante el Máster en Estudios de Asia Oriental.

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Laura
Laura

Licenciada en Traducción e Interpretación con inglés y japonés (UAB) con estudios especializados en la Universidad de Estudios Extranjeros de Kioto (KUFS) y Máster en Estudios de Asia Oriental (UOC). En la actualidad es cofundadora y directora de Japonismo, medio especializado en Japón líder en español donde escribe artículos sobre Japón y copresenta los pódcasts "Japón a Fondo" y "Japonesamente" centrados en cultura japonesa y viajes a Japón. Además, ha publicado dos libros "Japonismo. Un delicioso viaje gastronómico por Japón" y "Japón en imágenes" (Anaya Touring). Laura imparte clases de literatura japonesa, turismo, gastronomía japonesa, business en Japón y arte japonés en el Curso de Especialización en Estudios Japoneses (CEEJ) y ha impartido varios cursos en distintas organizaciones como el curso "Japón y las cuatro estaciones" en Casa Asia, la masterclass sobre "Protocolo japonés" en la Universitat Ramon Llull (Blanquerna) o el curso de digitalización de competencias para el grado de Estudios de Asia Oriental de la Universidad de Málaga.