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Mitología japonesa

Mitología japonesa: El mito de la creación de Japón

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No soy ningún experto en mitología japonesa, pero la mitología siempre ha sido un tema que me ha interesado mucho. Por eso me he decidido a escribir un pequeño artículo sobre el tema para todos los que buscan iniciarse en este fascinante mundo. Para ello, me he basado en los libros «Dioses y Mitos Japoneses» (varios autores), «Mitología japonesa» (M. Anesaki) y «Mitología» (varios autores).

Todos ellos hacen referencia a lo revelado en el Kojiki, el primer documento escrito que se conoce en Japón. La historia que aquí se narra abarca desde la creación del Japón hasta el restablecimiento de la diosa sol Amaterasu, la más sagrada del panteón japonés y que se venera en el gran santuario de Ise, el más importante de Japón.

El mito de la creación de Japón en nuestro podcast

Si quieres conocer el mito de la creación de Japón pero en formato podcast, estás de suerte, porque tenemos un episodio de Japonesamente sobre ello. ¡Dale al play!

El nacimiento del Japón

En el principio, tras la formación del cielo y de la tierra, tres dioses se crearon a sí mismos y se escondieron en el cielo. Entre este y la tierra apareció algo con aspecto de un brote de junco y de él nacieron dos dioses, que también se escondieron. Otros siete dioses nacieron de la misma manera y, de entre ellos, los dos últimos se llamaron Izanagi e Izanami.

Izanagi e Izanami fueron encargados por los demás dioses de formar las islas japonesas. Así que hundieron una jabalina adornada con piedras preciosas en el mar inferior y la agitaron. Al sacarla, las gotas que de ella resbalaban formaron la isla de Onokoro. Descendiendo de los cielos, Izanagi e Izanami decidieron construir allí su hogar por lo que clavaron la jabalina en el suelo para formar el Pilar Celestial.

Los dioses o kami Izanagi e Izanami
Los dioses o kami Izanagi e Izanami

Estos dioses descubrieron que sus cuerpos estaban formados de manera diferente. Así que, ante la curiosidad, Izanagi preguntó a su esposa Izanami si sería de su agrado concebir más tierra para que de ella nacieran más islas.

Cuando ella accedió, ambos inventaron un matrimonio ritual. Cada uno tenía que rodear el Pilar Celestial andando en direcciones opuestas. Cuando se encontraron, Izanami exclamó: «¡Qué encantador! ¡He encontrado un hombre atractivo!», y a continuación hicieron el amor.

En lugar de parir una isla, Izanami dio a luz a un malforme niño-sanguijuela al que lanzaron al mar sobre un bote hecho de juncos. Después se dirigieron a los dioses para pedir consejo y estos les explicaron que el error estaba en el ritual del matrimonio. Al parecer, ella no debía de haber hablado primero al encontrarse alrededor del Pilar, pues no es propio de la mujer iniciar la conversación. Como se puede ver, estas historias de la mitología japonesa ya mostraban un claro machismo. Ante esta explicación, ambos repitieron el ritual siendo Izanagi el primero en hablar. Entonces todo salió según sus deseos.

Con el tiempo, Izanagi concibió todas las islas que forman el Japón. Además crearon también dioses para embellecer las islas y después hicieron dioses del viento, de los árboles, de los ríos y de las montañas, con lo que su obra quedó completa. Todos estos dioses o kami son los que actualmente pueblan el panteón sintoísta, con orígenes mitológicos.

El último dios nacido de Izanami fue el dios del fuego, cuyo alumbramiento produjo tan graves quemaduras en los genitales de la diosa que murió. Y todavía, mientras moría, nacieron más dioses a partir de su vómito, su orina y sus excrementos. Izanagi estaba tan furioso que le cortó la cabeza al dios del fuego, pero las gotas de sangre que cayeron a la Tierra dieron vida a nuevas deidades.

El más allá japonés

Tras la muerte de Izanami, Izanagi quiso seguirla en su viaje a Yomi, la región de los muertos, pero ya era demasiado tarde. Cuando llegó allí, Izanami ya había comido en Yomi, lo que hacía imposible su vuelta al mundo de los vivos.

La diosa pidió a su esposo que esperase pacientemente mientras ella discutía con los demás dioses si era o no posible su retorno al mundo. Pero la impaciencia le pudo a Izanagi. Así que rompió una punta de la peineta que llevaba, le prendió fuego para que le sirviese de antorcha y entró en la sala. Lo que vio allí fue espantoso: los gusanos se retorcían ruidosamente en el cuerpo putrefacto de Izanami.

Izanagi quedó aterrado al contemplar la visión del cuerpo de Izanami, por lo que dio media vuelta y salió huyendo. Encolerizada por la desobediencia de su marido, Izanami envió tras él a las brujas de Yomi y a los fantasmas del lugar, pero Izanagi los despistó usando sus trucos mágicos. Cuando por fin llegó a la frontera que separa el mundo de los muertos del de los vivos, Izanagi lanzó a sus perseguidores tres melocotones que allí encontró, retirándose las brujas y fantasmas a toda prisa.

Finalmente, fue la propia Izanami quien salió en persecución de Izanagi. Éste colocó una gigantesca roca en el paso que unía Yomi con el mundo de los vivos, de modo que Izanami y él se vieron uno a cada lado del enorme obstáculo. Izanami dijo entonces: «Oh, mi amado marido, si así actúas haré que mueran cada día mil de los vasallos de tu reino». A esta amenaza Izanagi contestó «Oh, mi amada esposa, si tales cosas haces yo daré nacimiento cada día a mil quinientos».

Finalmente llegaron a un acuerdo, mediante el cual la cifra de nacimientos y fallecimientos se mantienen en la misma proporción. Ella le dijo que debía aceptar su muerte y él prometió no volver a visitarla. Entonces ambos declararon el fin de su matrimonio. Esta separación significó el comienzo de la muerte para todos los seres vivos, según la mitología japonesa.

La creación de los dioses mayores de Japón

Izanagi se sometió entonces a un proceso de purificación. El objetivo era librarse de la suciedad que pudiera haber contaminado su cuerpo durante el descenso al mundo inferior. Llegó a la llanura junto a la desembocadura del río y se quitó sus ropas y todo cuanto llevaba encima. Y allí donde dejaba caer una prenda o un objeto, del suelo salía una deidad. Y nuevos dioses se iban creando a medidadque Izanagi entraba en el agua para limpiar su cuerpo.

Finalmente, cuando lavó su cara fueron creados los dioses más importantes del panteón japonés. Al secar su ojo izquierdo apareció Amaterasu, la diosa del sol. De su ojo izquierdo nació la diosa Luna, Tsuki-yomi y de su nariz surgió el dios de la tormenta, Susano.

La diosa Amaterasu, la más sagrada de la mitología japonesa
La diosa Amaterasu, la más sagrada de la mitología japonesa

Izanagi decidió entonces dividir el mundo entre sus hijos. Encargó a Amaterasu el gobierno del cielo, a Tsuki-yomi el de la noche y a Susano el cuidado de los mares. Pero este último dijo que prefería ir al mundo inferior con su madre, así que Izanagi lo desterró y se retiró del mundo para vivir en el alto cielo.

El engaño de Susano

Antes de ser desterrado a Yomi, Susano quiso despedirse de Amaterasu. Pero en realidad quería traicionarla ya que estaba celoso de la belleza e importancia de su hermana.

Amaterasu, recelosa de la actitud de su hermano, se armó con un arco y flechas antes de acudir a la cita. Pero Susano se mostró realmente encantador y acabó cautivando a la diosa con la sugerencia de engendrar hijos juntos como prueba de buena fe. Amaterasu accedió, pero antes exigió que le entregase su espada, que inmediatamente quebró con su boca en tres pedazos, mientras de su aliento salían tres diosas. Susano pidió a Amaterasu cinco collares, los cuales masticó para engendrar otros tantos dioses.

Al momento se entabló una discusión entre ambos por la custodia de los hijos, pues Amaterasu los reclamaba como suyos al haber sido formados de sus propias joyas. Su hermano, sin embargo, creyó haber engañado a la diosa y lo celebró rompiendo las paredes que contenían los campos de arroz, bloqueando los canales de irrigación y defecando en el templo donde había de celebrarse el festival de la cosecha.

Su desconcertante comportamiento es el germen de la enemistad que nació entre los dos dioses. Susano, a pesar de haber sido desterrado, se quedó merodeando por la Tierra y el cielo.

La desaparición del sol

Un día, mientras Amaterasu se encontraba tejiendo ropas para los dioses, Susano arrojó un caballo desollado que atravesó el tejado de la sala en la que la diosa y sus ayudantes trabajaban. Una de ellas se asustó de tal modo que se pinchó con la aguja y murió. Y tan atemorizada quedó la propia diosa que, tras aquello, se escondió en una cueva y bloqueó la entrada con una enorme piedra. Sin la diosa del sol, el mundo quedó sumido en la oscuridad y el caos.

Amo no Uzume, la diosa de la aurora
Amo no Uzume, la diosa de la aurora

Una asamblea de ochocientas deidades se reunió para hallar la manera de sacar a Amaterasu de la cueva. Decidieron que la única manera de lograrlo sería excitando su curiosidad, así que decoraron un árbol con ofrendas y joyas, encendieron fuego y danzaron al ritmo de los tambores y alabaron la belleza de otra diosa, para provocar sus celos.

Colocaron un espejo mágico a la entrada de la cueva, llevaron gallos al lugar para que cantaran y persuadieron a la diosa de la aurora, Amo No Uzume, para que bailara. En un momento de abandono, la diosa empezó a quitarse la ropa, para solaz del resto de los dioses, que la llamaron «terrible hembra del cielo».

Como esperaban, Amaterasu se asomó a la entrada de la cueva para averiguar qué estaba sucediendo. Los dioses respondieron que estaban celebrando una fiesta porque habían encontrado a su sucesora y que era incluso mejor que ella. Sin pensarlo, la diosa salió de la cueva y vio su reflejo en el espejo mágico. En ese momento, el dios Tajikawa la agarró, obligándola a salir de su escondite y bloqueando la entrada para impedir que volviera a desaparecer.

La vida volvió a la naturaleza y desde aquel momento el mundo ha conocido el ciclo normal del día y la noche. El espejo fue confiado al mítico primer emperador de Japón, descendiente directo de la diosa, como prueba de su divino poder. Por eso la casa imperial japonesa traza sus orígenes en la mitología, pues se dicen descendientes de la diosa Amaterasu.

Y el espejo y otros objetos divinos, como la espada y las flechas, están repartidos en santuarios de gran importancia y se usan cuando se entroniza un nuevo emperador. Esto ocurrió cuando subió al trono el nuevo emperador Naruhito en 2019. Eso sí, estas reliquias sagradas imperiales siempre van en cajas y se dice que nadie las ha visto desde tiempos inmemoriales.

Los ochocientos dioses que esperaban la salida de Amaterasu castigaron a Susano cortando su barba y bigote, arrancándole las uñas de las manos y los pies y arrojándole del cielo. Fue entonces cuando el dios comenzó su vida errante y vagabunda por la Tierra.

Como puedes ver, los mitos de la creación de Japón hacen referencia directa a un buen número de deidades y tienen su origen en antiguas religiones folclóricas de la región. Por muy importantes que sean, los dioses del Sol, la Luna y las estrellas no están solos en los cielos. A ellos se une un enorme número de espíritus menores de ancestrales raíces, los kami.

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Eduardo
Eduardo

Empecé a interesarme seriamente por el mundo del sumo en 1997 y gracias a internet descubrí no sólo un deporte apasionante sino también una cultura, la japonesa, que me tiene cautivado desde entonces. Mi obsesión por hacer llegar a los demás mi pasión por el sumo me ha llevado a crear una página web (www.leonishiki.com), un blog de sumo (sumojapones.wordpress.com), escribir y traducir artículos para la revista Sumo Fan Magazine (www.sumofanmag.com), colaborar con la cadena de televisión Eurosport en sus transmisiones e incluso me atreví a escribir el libro "Sumo, la lucha de los dioses", el único escrito en español sobre este tema. Y ahora estoy también en Japonismo. ¿Podré con todo? Si hombre, como no.